Adjunto una de las mejores interpretaciones publicadas hoy, 24/10.
Firma FERNANDO GONZALEZ, Director del diario El Cronista ComercialArranca la Argentina del Congreso, el partido y el pensamiento único
El previsible y contundente triunfo de Cristina Fernández de Kirchner no sólo le abrió paso a su reelección en el cargo. También inaugura para la Argentina una etapa en la que la gestión de gobierno, el funcionamiento del Congreso, la dinámica partidaria y el pensamiento nacional tendrán el color que le imprima el kirchnerismo. Así de simple. Las voces disonantes estarán acalladas, al menos durante un tiempo, por el peso avasallante de los números de la victoria oficialista.
Y semejante ostentación de poder es, aún para un sector político que ha sido poco proclive a reparar en los aspectos institucionales, un desafío que tendrá influencia decisiva sobre el futuro inmediato del país y de sus ciudadanos. La Argentina no será la misma si Cristina aprovecha su victoria para corregir los puntos débiles de su gestión que si toma el aval de la sociedad como un cheque en blanco para no cambiar nada.
La Presidenta reelecta tendrá un año o tal vez dos en los que su voluntad no hallará obstáculos. Si decide combatir en serio la inflación que daña sobre todo a los más necesitados. Si avanza en serio contra la pobreza, sin ocultar los verdaderos índices de la canasta básica de alimentos y yendo más allá de iniciativas saludables como las de la asignación universal por hijo. Si acepta que, además del rol del Estado como dinamizador de la economía, el país está necesitando que crezca y mucho la inversión extranjera para no depender de una ecuación comercial tan rígida como la que tenemos. Si Cristina se anima a dar el salto sobre ese río que separa el crecimiento del desarrollo la Argentina estará mucho más preparada para resistir cualquiera de las muchas adversidades que andan dando vueltas por el conflictivo escenario financiero global.
Cristina no debería equivocarse. Tiene la suficiente experiencia política y el suficiente conocimiento del poder como para saber que el aluvión de votos argentinos no se le ha ofrendado para avalar prácticas corruptas como las que asoman en el plan de viviendas puesto a cargo de Sergio Schoklender; tampoco para avalar decisiones judiciales controvertidas como la que frenó la investigación sobre la declaración jurada de los Kirchner; y mucho menos para avalar los ataques -siempre financiados con fondos estatales que pagan todos los argentinos- a dirigentes políticos opositores; a empresarios y también a algunos periodistas que opinan diferente.
Cristina pasará a tener en diciembre control total sobre el Senado y sobre la Cámara de Diputados. Y habrá legisladores sueltos que le pondrán precio a sus convicciones para incrementar ese poderío oficial. También será decisiva su participación en la transición sindical que pondrá fin a la era de Hugo Moyano al frente de la CGT y en el perfil futuro del peronismo, un partido bien acostumbrado a obedecer a sus jefes de turno.
Anoche, la Presidenta recordó que tiene 58 años y que está demasiado satisfecha con haber sido la primera mujer en ser elegida por el voto (diferenciándose así de Isabel Perón) y en ser reelecta. Un metamensaje que pareció dirigido a quienes ya la postulan para una re-re en el lejano 2015. Hasta esa chance tiene hoy Cristina. La de demostrarse y demostrarnos que puede resistir incluso la tentación tan argentina de la eternidad
Y semejante ostentación de poder es, aún para un sector político que ha sido poco proclive a reparar en los aspectos institucionales, un desafío que tendrá influencia decisiva sobre el futuro inmediato del país y de sus ciudadanos. La Argentina no será la misma si Cristina aprovecha su victoria para corregir los puntos débiles de su gestión que si toma el aval de la sociedad como un cheque en blanco para no cambiar nada.
La Presidenta reelecta tendrá un año o tal vez dos en los que su voluntad no hallará obstáculos. Si decide combatir en serio la inflación que daña sobre todo a los más necesitados. Si avanza en serio contra la pobreza, sin ocultar los verdaderos índices de la canasta básica de alimentos y yendo más allá de iniciativas saludables como las de la asignación universal por hijo. Si acepta que, además del rol del Estado como dinamizador de la economía, el país está necesitando que crezca y mucho la inversión extranjera para no depender de una ecuación comercial tan rígida como la que tenemos. Si Cristina se anima a dar el salto sobre ese río que separa el crecimiento del desarrollo la Argentina estará mucho más preparada para resistir cualquiera de las muchas adversidades que andan dando vueltas por el conflictivo escenario financiero global.
Cristina no debería equivocarse. Tiene la suficiente experiencia política y el suficiente conocimiento del poder como para saber que el aluvión de votos argentinos no se le ha ofrendado para avalar prácticas corruptas como las que asoman en el plan de viviendas puesto a cargo de Sergio Schoklender; tampoco para avalar decisiones judiciales controvertidas como la que frenó la investigación sobre la declaración jurada de los Kirchner; y mucho menos para avalar los ataques -siempre financiados con fondos estatales que pagan todos los argentinos- a dirigentes políticos opositores; a empresarios y también a algunos periodistas que opinan diferente.
Cristina pasará a tener en diciembre control total sobre el Senado y sobre la Cámara de Diputados. Y habrá legisladores sueltos que le pondrán precio a sus convicciones para incrementar ese poderío oficial. También será decisiva su participación en la transición sindical que pondrá fin a la era de Hugo Moyano al frente de la CGT y en el perfil futuro del peronismo, un partido bien acostumbrado a obedecer a sus jefes de turno.
Anoche, la Presidenta recordó que tiene 58 años y que está demasiado satisfecha con haber sido la primera mujer en ser elegida por el voto (diferenciándose así de Isabel Perón) y en ser reelecta. Un metamensaje que pareció dirigido a quienes ya la postulan para una re-re en el lejano 2015. Hasta esa chance tiene hoy Cristina. La de demostrarse y demostrarnos que puede resistir incluso la tentación tan argentina de la eternidad
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