sábado, 29 de octubre de 2011

OLGA OROZCO/MUJER POETA - POEMA UNO

A Olga Orozco la conocí en la Editorial Abril, donde trabajaba, escribiendo para las revistas femeninas.Era una mujer sensible y brillante y yo un joven pretendiente al Periodismo con mayùsculas en la revista Panorama.  Nació en La Pampa, en 1920, de padre siciliano y de madre criolla, de quien adoptò el apellido con el que escribirìa. Perteneciò a la generación del 40. Viviò del periodismo. En Clarín fue la responsable de los horóscopos hasta 1974. Muriò de un paro cardíaco en 1999.


En tu inmensa pupila
Me reconoces, noche,
me palpas, me recuentas,
no como avara sino como una falsa ciega,
o como alguien que no sabe jamás quién es la náufraga      
      y quién la endechadora.
Me has escogido a tientas para estatua de tus alegorías,
sólo por la costumbre de sumergirme hasta donde se acaba el mundo
y perder la cabeza en cada nube y a cada paso el suelo debajo de los pies.
¿Y acaso no fui siempre tu hijastra preferida,
esa que se adelanta sin vacilaciones hacia la trampa urdida por tu mano,
la que muerde el veneno en la manzana o copia tu belleza      
      del espejo traidor?
Olvidaron atarme al mástil de la casa cuando tú pasabas      
para que no me fuera cada vez tras tu flauta encantada de
      ladrona de niños,
y fue a expensas del día que confundí en tu bolsa la blancura y la nieve,      
      los lobos y las sombras.
Ahora es tarde para volver atrás y corregir las horas de
      acuerdo con el sol.
Ahora me has marcado con tu alfabeto negro.
Pertenezco a la tribu de los que se hospedan en radiantes tinieblas,
de los que ven mejor con los ojos cerrados y se acuestan del lado      
      del abismo y alzan vuelo y no vuelven
cuando Tomás abre de par en par las puertas del evidente mediodía.
Tú fundas tu Tebaida en lo invisible. Tú no concedes pruebas.      
Tú aconteces, secreta, innumerable, sin formular,
como una contemplación vuelta hacia adentro,
donde cada señal es el temblor de un pájaro perdido en un recinto inmenso
y cada subida un salto en el vacío contra gradas y ausencias.
Tú me vigilas desde todas partes,
descorriendo telones, horadando los muros, atisbando entre fardos      
      de penumbra;
me encuentras y me miras con la mirada del cazador y del testigo,
mientras descubro en medio de tus altas malezas el esplendor      
      de una ciudad perdida,
o busco en vano el rastro del porvenir en tus encrucijadas.
Tú vas quién sabe adónde siguiendo las variaciones      
      de la tentación inalcanzable,
probándote los rostros extremos del horror, de la extrema belleza,
la imposible distancia de los otros, el tacto del infierno,
visiones que se agolpan hasta donde te alcanza la oscuridad que tengo,
hasta donde comienzas a rodar muerte abajo con carruajes,
      con piedras y con perros.
Pero yo no te pido lámparas exhumadas ni velos entreabiertos.
No te reclamo una lección de luz,
como no le reclamo al agua por la llama ni a la vigilia por el sueño.
O habría de confiar menos en ti que en las duras, recelosas estrellas?
¡Hemos visto tantos misterios insolubles con sus blancos reflejos,      
      aun a pleno sol!
Basta con que me lleves de la mano como a través de un bosque,
noche alfombrada, noche sigilosa, que aprenda yo lo que quieres decir,      
      lo que susurra el viento,
y pueda al fin leer hasta el fondo de mi pequeña noche en tu
      pupila inmensa.

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